viernes, 3 de septiembre de 2010

MARTE, EL PLANETA DE LA ACCIÓN - en you tube -

CAPÍTULO XIV
MARTE, EL PLANETA DE LA ACCIÓN

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En la Biblia, leemos que Jehová fue el Creador del hombre porque vemos a sus ángeles anunciando el nacimiento de diferentes personajes notables. De aquí se sigue la conclusión inevitable de que Él y aquéllos presiden las funciones generadoras que imparten cualidades de la fecundidad que en aquellos tiempos fueron consideradas como una señal de la gracia divina, mientras que la esterilidad estaba indicada como un signo manifiesto de su disgusto. Esto está en concordancia con la enseñanza de la Sabiduría Occidental, la cual nos dice que
en los primeros días, cuando la humanidad estaba aún en formación, Jehová y sus ángeles les llevaban a grandes templos en las épocas del año en las que las condiciones planetarias eran propicias para la generación, y los hombres nacidos bajo aquellas condiciones  armoniosas vivieron por cientos de años sin enfermedades ni afecciones. Es digno de notar que los animales salvajes que están completamente bajo la guía de su espíritu grupo y se aparean solamente en determinadas estaciones, están también inmunes contra las enfermedades.
Jehová retiene aún el control sobre la fecundación de los animales que están a tono con las vibraciones lunares por medio de sus veintiocho pares de nervios, que corresponden a los veintiocho días de la revolución lunar, y su vehículo, la Luna, todavía mide el período de la gestación, tanto para el hombre como para las bestias.
Pero la Biblia nos habla también de que Lucifer y sus ángeles caídos enseñaron a la humanidad a tomar la prerrogativa de la creación en sus propias manos y les inculcaron la pasión que ha producido dolor, el pecado y la muerte, debido a que la función santa de la generación que fue proyectada solamente con propósitos temporales para la propagación y la cual actúa también bajo condiciones planetarias adecuadas, ha sido profanada y sujeta a la lujuria de la humanidad en todos los momentos sin tener en cuenta los rayos planetarios. No obstante, es una equivocación pensar que los espíritus de Lucifer son malos, porque bajo el dominio de los ángeles la humanidad fue una masa de autómatas, faltos de mente, que no conocían ni el bien ni el mal y que no tenían elección ni prerrogativa, pero por medio de los espíritus de Lucifer marcianos, hemos aprendido a distinguir el bien y el mal, estando capacitados también por el ejercicio de la fuerza de la voluntad a desdeñar el mal y elegir el bien, a separarnos del vicio y cultivar la virtud, colocándonos de este modo en armoniosa cooperación con Dios y la naturaleza, y desarrollando nuestras posibilidades divinas para que
podamos ser como nuestro Padre en los Cielos.
Mientras Jehová y sus ángeles trabajan de este modo sobre la humanidad desde la Luna, los espíritus de Lucifer, quienes se rebelaron contra su régimen, están colocados en el planeta Marte y de ellos también hemos recibido y estamos recibiendo muchos dones valiosos, entre los cuales los principales son el fuego y el hierro. Es bien conocido el hecho de que cada cuerpo viviente es caliente, porque el ego no puede manifestarse en el mundo físico si no es por medio del calor, o quizá debiera decirse que el calor está generado por la manifestación del ego. Pero sin el hierro, el cual existe en la sangre en la forma de hemoglobina, no podría haber oxidación y, como consecuencia, tampoco calor. Ésta era la condición anterior a la caída, como solemos llamarla, cuando el hombre en formación no tenía mente. Pero entonces los espíritus de Lucifer vinieron y pusieron el hierro en la sangre, lo cual hizo posible para el ego el entrar en sus vehículos y desde tal momento el ego se hizo un espíritu interno capaz de desarrollar la individualidad. Así, pues, si no hubiera sido por los espíritus de
Lucifer el hombre no se hubiera podido convertir en un hombre. Son estos elementos, el fuego y el hierro, los que han hecho del mundo lo que es hoy; bueno o malo con arreglo al uso que de ello hace el hombre. La fuerza solar enfocada por medio de la Luna imparte la vitalidad de crecimiento, pero los rayos de Sol enfocados sobre nosotros por los espíritus marcianos de Lucifer, nos dieron la potencia dinámica y son el origen de toda la actividad del mundo.
La fuerza puede estar latente por siglos y siglos como nos dan de ello un ejemplo los lechos de carbón, que son depósitos de energía solar; un horno y un motor son requeridos para transmutarla y hacerla aprovechable como energía dinámica, pero una vez que el gigante aletargado ha quedado convertido de latencia en potencia no conoce ni descanso ni paz, hasta que ha gastado la última onza de su fuerza prodigiosa. Bajo un control estricto y guiada cuidadosamente en canales de actividad útil, esta fuerza marciana es el sirviente más valioso de la humanidad; el agente más poderoso en el trabajo del mundo; una dádiva incomparable para la humanidad. Pera si este sirviente escapa al control, toma dominio rápidamente y su fuerza contraria de destrucción y devastación es entonces un azote tan terrible como benéfico es su uso bajo guía y control, es decir, una bendición inestimable. Es tan precioso como peligroso; su vigilancia eterna es el precio de la seguridad de su flagelo, pero sin él el mundo sería un desierto.
Marte, como un foco para la energía solar latente, lo transmuta en deseos, pasiones y lo que podemos llamar espíritus animales. Es un fuego consumidor más peligroso que toda la nitroglicerina manufacturada, pero también más precioso que otra cualquiera bendición que podamos tener o disfrutar.
El predicador hindú, crecido en una tierra gobernada por Saturno, el planeta de la destrucción, dice: “Matad vuestros deseos”. Esta persona sueña constantemente en la negación de sí, pero al igual que el “temple” conserva el filo del acero que corta todos los obstáculos, así los deseos enérgicos bien dirigidos del temperamento marciano anglosajón, han transformado maravillosamente la Tierra y han hecho adelantar a la civilización mucho más que las que la precedieron, y aunque acaso brutales en muchos sentidos, hay una promesa en eso también, con arreglo al proverbio: “A mayor pecador, mayor santo”. Los padres debieran tomar una lección del libro de las naciones y refrenarse en aplicar la manta húmeda saturnina al espíritu de fuego marciano de los niños. Saturno siempre dice: “no, no”; su anhelo es el de reprimir y el de obstruir. Un buen fuego bajo el control propio es útil, pero la muerte espía en el humo y en los gases nocivos de un fuego insignificante; muchas negativas aniquilan y anulan las ambiciones legítimas frustrando su realización; pueden conseguir hacer a sus hijos víctimas de las redes del mal porque la energía dinámica de Marte debe tener o encontrar una salida, de modo que estén advertidos. Las faltas peores de Marte son la impulsividad y falta de persistencia, pero no incuba hipócritas como lo hace un Saturno afligido.
De Marte hemos recibido varias de nuestras virtudes más valiosas, así como varios de nuestros peores defectos. Cuando está bien aspectado da una constitución fuerte y resistencia física; una naturaleza positiva, independiente y confiada en sí: determinada y orgullosa, generosa y enérgica, con recursos y habilidad para aprender, especialmente cuando está en Aries, Leo, Escorpio o Capricornio; pero cuando es débil por signo como en Tauro, Cáncer y Libra, o aspectado por cuadraturas u oposiciones, hace a la persona impulsiva, obstinada y rencorosa, inclinada a la bebida y a los actos criminales; cruel y dura; un camorrista y un jactancioso.
Las personas que tienen a Marte preeminente en sus horóscopos son eminentemente prácticas y juegan un importante papel en el trabajo del mundo.
Son eficaces especialmente en las ocupaciones donde el fuego y el hierro se utilizan con propósitos constructivos o donde se manejan instrumentos cortantes.
Los soldados, cirujanos y carniceros; los maquinistas y fundidores de hierro; los ingenieros y las personas con ocupaciones parecidas son de naturaleza marciana.
Estas personas exceden también en otras posiciones en las que el coraje y la intrepidez son cualidades necesarias.
del libro "El Mensaje de las Estrellas" 
de Augusta Foss de Heindel y Max Heindel


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